Te perdiste en silencio. Paso a paso
te ibas alejando como una sombra
en la noche de las lunas vacías,
cada palabra que no pronunciabas
cada ausencia tuya sumaba tierra
que se desvanecía entre mis manos
como cenizas de fuegos vencidos.
Se apagaron los sueños en las tardes
perdidas de ebrios inviernos sombríos
y las risas se fueron enturbiando
cuando la vida sacudió tu puerta
y entró desbocada en tu alma de niña.
Sentiste ese miedo cruel que retiene
la respiración y el lento suspiro
y, de repente, nada era ya azul
y el cielo bajó al nivel del techo.
Pensaste que nada era más terrible
que cruzar el umbral de la agonía
que la muerte en su febril arrogancia
prolongaría el cuerpo inerte del sueño
que las palabras no te alcanzarían
que no saldrías más de tu refugio
hasta que el mundo entero se rompiera.
Pero brotó una mano de esperanza
mientras se estremecían los sentidos
y por dentro ardía en llamas el miedo
y tus ojos agarraron la luz
de todos los incendios del anhelo,
de todos los soles de la alegría.
Y aprendiste a mirar con ojos nuevos
los lentos atardeceres de la vida
y a pelear cada segundo de sueño
y a andar con brío los inciertos caminos
que se abrían infinitos a tus pies
para llegar a vivir en esa paz
que dicen alcanzan las valientes almas
que libran sus propias guerras y batallas.
Y así mi dulce guerrera de la vida
te hiciste de esa mirada de horizontes
y de ese paso seguro y atrevido
del que ya no tiene miedo a las heridas.
Isidoro Irroca
Silencios del subsuelo (Obra registrada)